El 7 de
enero de 1844 a
las dos de la tarde, en Lourdes, una pequeña ciudad de Francia meridional, en
el departamento de los Altos Pirineos, nació una niña cuyos padres, Luisa
Castérot y Francisco Soubirous, le impusieron el nombre de María Bernarda;
Bernadette, como todos la llamarían después y como la conocería luego el mundo
entero.
Bernadette,
la primogénita, nacía en una pequeñísima y humilde casa, el molino de Boly, a
orillas del torrente Lapaca. Pronto salió de ahí. Tenia pocos meses cuando su
madre, que aguardaba otro hijo, sufrió graves quemaduras en el fuego del hogar.
Bernadette es entonces llevada a Bartrés, a unos 4 kilómetros de
Lourdes, a casa de María Laguës que acababa de perder a su hijito Juan, de tan
solo dieciocho días. Bernadette, acompañada por su madrina Bernarda, llega a la
casa Burg en la que permanece un año.
El 1 de abril de 1846 vuelve a Boly. Pero
la situación de la familia Soubirous no es buena; las dificultades económicas
cada vez mayores obligan a Francisco Soubirous a buscar otra vivienda más pobre
y modesta que la anterior. Se trasladan provisoriamente a la casa Laborde.
Pero no son
años fáciles. Durante el otoño de 1855 Bernadette es alcanzada por la epidemia
de cólera, que en pocos meses cobró treinta víctimas. La salud de la niña,
endeble por las privaciones sufridas en la primera infancia, recibe un nuevo
golpe. Durante toda su breve existencia Bernadette llevará impresas en su
frágil cuerpo las huellas de sus varias dolencias, principalmente el asma.
Pero
parece que las enfermedades, al debilitar el cuerpo de Bernadette, fortalecían
al mismo tiempo su espíritu. Al cabo de un año, otro traslado. Esta vez, a un
nuevo molino distante 4
kilómetros de Lourdes. Bernadette se ocupa de la hermana
Toinette y de los hermanitos Juan María y Justino.
Los peregrinajes, sin
embargo, no han terminado. Francisco Soubirous tiene un primo, Andrés Sajous,
propietario de la vieja prisión ahora fuera de uso. Y aquí, en la parte mas
triste de la cárcel, en el llamado cachot (4,40 m por 4), es donde
vivirá Bernadette algunos años de su vida.
En
septiembre de 1857, María Lagues, que ya la había acogido en Bartrés, la llama
nuevamente para que la ayude en las labores de la casa, en las faenas del campo
y en el cuidado del rebaño de ovejas. En Bartrès se ve obligada a interrumpir
la modesta educación religiosa que había iniciado en Lourdes.
Todavía no sabe
leer ni escribir pero está empeñada en recibir la Primera Cornunión.
Por la noche, después de largas horas de labor, la niña repite de memoria las
fórmulas de catecismo. Finalmente, en enero de 1858 vuelve Bernadette a Lourdes
y al cachot en la calle des Petits Fossés.
Llega en febrero de ese año, es un
jueves. En la casa se ha terminado la leña y Bernadette se ofrece para ir a
recogerla, allá abajo, hacia el torrente Gave, con su hermana Toinette y Juana
Abadie, a quien llaman Baloum. Las tres niñas descienden hasta el lugar
denominado Masse-Vieille (hoy llamado Massabielle): es une fuerte roca que
cubre una gruta alargada, de unos ocho metros de ancho.
Exactamente
en este lugar las tres niñas divisan un haz de leña que la corriente del Gave
había arrastrado hasta allí, pero para alcanzarlo es necesario atravesar el
torrente, y Bernadette, temerosa de internarse en el agua helada, vacila un
momento y mientras las otras, decididas, cruzan el torrente, ella demora aún y
se retrasa para quitarse las medias.
Narró después Bernadette que en ese
instante oyó un fuerte rumor de viento, pero al volverse vio que todo estaba
tranquilo y que los árboles no se habían movido. Otra vez oyó el mismo rumor
pero entonces vio a una Señora en el interior de la gruta. La describió vestida
de blanco, con un velo blanco que le cubría la cabeza, un lazo celeste, dos
rosas sobre cada pie y un rosario de cuentas blancas. La Señora comenzó a recitar el
rosario seguida pronto por la niña. De golpe, y después de haberle sonreído,
desaparció.
Fue ésta la primera visión de Bernadette Soubirous: tan sólo la
primera de una larga serie de visiones, dieciocho, que se sucedieron desde
aquel 11 de febrero de 1858 hasta el 16 de Julio.
Durante las
apariciones de la Señora
(que Bernadette había llamado aquello, es decir aquello), Bernadette entra en
éxtasis, reza, sonríe y habla con aquella aparición que ella, y sólo ella,
puede contemplar en toda su belleza. A quien mucho tiempo después le preguntará
si la Señora
era realmente tan hermosa, Bernadette responderá: Tan hermosa que después de
haberla visto una vez se desea morir para poder volver a verla . Pero
Bernadette, sola en sus éxtasis, no estará nunca sola en la gruta.
La gente,
que ha sabido de las apariciones de la Señora vestida de blanco a la pequeña Bernadette,
la sigue cuando desciende a la gruta para orar. Están los curiosos, los
guardianes, el párroco de Lourdes, pero están también, y son los mas numerosos,
los que creen en las visiones de Bernadette. Aumentan rápidamente: de pocas
decenas alcanza en poco tiempo a varios millares.
El martes 2
de marzo Aqueró pide dos cosas a Bernadette: que se hagan procesiones a la
gruta y se construya ahí mismo una capilla en su honor. Pero, en honor de
quien? preguntan los altos prelados a quienes Bernadette ha referido el
coloquio. Es una pregunta que hallará respuesta el 25 de marzo; la Señora es la Inmaculada Concepción.
Esto es lo que Bernadette refiere al clero, ante todo al abate Peyramale, el
párroco de Lourdes, y también al abate Pène, al abate Serres, al abate
Pomian...
Es la
cumbre, el punto más alto en su significado, de las apariciones de Massabielle.
Estas terminarán el 16 de julio, Un viernes; pero antes de ese día Bernadette
habrá realizado su gran sueño, recibir la Primera Comunión
el día de la fiesta del Santísimo Sacramento. A pesar del acontecimiento
sobrenatural que ha sacudido la simplicidad de su vida, Bernadette sigue siendo
la misma.
Humilde como siempre, ha continuado sus tareas domésticas y ha
seguido sus estudios. También su salud sigue siendo la misma. En Julio de 1860,
invitada por las religiosas se dirigen el Hospicio de Nevers, Bernadette deja
la casa y permanece como enferma dos años entre ellas (1861 y 1862).
En agosto
de 1864 solicita ser admitida en la congregación de las hermanas de Nevers y
así, el 3 de junio de 1866, abandona para siempre su pequeña ciudad y, sobre
todo, deja su gruta. el 30 de octubre de 1867, en Nevers, Bernadette pronunció
sus votos temporarios y, finalmente, con los votos a perpetuidad, se transforma
en Sor María Bernarda.
La
enfermedad no le dio tregua: el 15 de abril de 1879, aproximadamente a las tres
de la tarde, expiró. Bernadette podía decir en verdad que mora feliz, ante todo
porque finalmente volvería a ver a su Señora (en Nevers repetía siempre que en
Lourdes la gruta era mi Cielo). Luego, porque desde el 13 de enero de 1862 se
había publicado una Ordenanza Episcopal en la que se afirmaba la autenticidad
de las visiones aparecidas a Bernadette Soubirous y finalmente porque ya se
había levantado la capilla.
La iglesia, de grandes proporciones, acogía a los
peregrinos y a los fieles de todo el mundo, a los enfermos procedentes de todas
partes de la tierra que buscaban aquí, en el agua surgente de la roca, su
última esperanza de curación. Los milagros se multiplicaban en el tiempo y la Iglesia, la oficial, debía
reconocer e inclinarse ante un milagro más alto, el de la revelación de la Virgen a la humilde
pastorcita de Lourdes.
En el año 2019 tuve la dicha de estar por 4 días en el mismo monasterio de Nevers donde vivió ella y estar junto a su cuerpo incorrupto. Gracias Señor por esa bendición.